La gente suele confundir el nihilismo con el pesimismo, o lo relaciona con no creer en nada, “la creencia en nada”. Sería más adecuado cambiar el término “creencia” por “fe”, si entendemos que la fe es “la firme creencia en algo para lo que no existe prueba alguna”. Entonces, el nihilismo puede definirse –escuetamente- como el rechazo de todo aquello que requiere fe para la salvación o para la realización de algo. La fe anula el sentido común y la razón. Nietzsche, que escribió sobre el nihilismo, dijo que la fe significa no querer saber. Todas las cosas que no se pueden refutar necesitan de fe: la utopía, el idealismo, la salvación espiritual, Dios, etc.
Pero el nihilismo no es sólo eso, es más profundo. Una segunda característica de esta doctrina filosófica es que el nihilismo rechaza que la vida tenga un propósito final (puesto que no tiene una explicación verificable y por tanto requiere de fe), que haya algo después de la vida.
El nihilismo no se describe por lo que es, sino por lo que no es: la ausencia en lugar de la presencia. Así, el nihilismo es la ausencia de fe, la ausencia de la teología, la carencia de Dios, etc.
Sólo tenemos una vida, y cuando nos demos cuenta de ello la meta de la vida se vuelve dolorosamente obvia. No necesitamos de ningún poder divino ni de un Dios Todopoderoso para la justificación del fin de la vida, del “más allá”, del éxito o del fracaso; únicamente el deseo y nuestra fuerza de voluntad. En este cuarto oscuro que es la vida, no hay muchas señales visibles que nos indiquen la salida, por eso yo he elegido mi propia salida.
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